🔵Correlación con el acoso escolar

La enseñanza de las habilidades sociales es el fundamento de una convivencia saludable entre los niños y adolescentes; se pueden aprender y desarrollar como lo hacemos con las habilidades académicas y es necesario hacerlo de forma sistemática. La escuela y la familia tienen posibilidades de intervención preventiva o remedial para incrementar la empatía entre los miembros de un grupo. En este diagnóstico no sólo aparecerán las tendencias personales, sino la forma de orientarlas positivamente.

Actualmente en los ambientes escolares de todo el mundo existe una preocupación creciente sobre el fenómeno del bullying (acoso escolar), sobre todo cuando los padres y maestros se sienten impotentes para resolver este problema de convivencia, cuyo origen no se logra ubicar con claridad. ¿El responsable es el colegio o la familia? ¿La estructura de la sociedad actual es la provocadora del acoso? ¿Qué incidencia tienen los medios de comunicación en los problemas de convivencia? ¿Es un problema sólo del acosador? ¿Cuándo podemos hablar de bullying y cuándo es únicamente una situación de falta de armonía en la convivencia? Y, sobre todo: ¿Qué hacer?

En esta herramienta pretendemos dar una respuesta inicial a estas preguntas. La plataforma Habilmind incluye información adicional y metodologías de intervención.

I. Tendencias personales generales

1. Tendencia a la agresividad

El nivel de agresividad y su derivación hacia el bullying es el resultado de la combinación de diferentes tendencias personales: altos niveles en el ritmo rápido de vida, la proactividad y la dominancia.

La agresividad bien orientada es un factor útil y se traduce en combatividad natural, importante para enfrentar las dificultades de la vida y superar obstáculos en el logro de un objetivo saludable. La sana competitividad que aparece como sentido de superación, de búsqueda de mejores horizontes personales, deportivos o profesionales es una ramificación de la agresividad. La capacidad para superar fracasos temporales y asumir las propias debilidades sin ser víctima de ellas es otra forma de manifestación de la agresividad.

Sin embargo, también puede convertirse en hostilidad, que, en el caso de los niños y adolescentes, se manifiesta como “bullying” o acoso social. La diferencia entre la agresividad y el bullying no está en el origen sino en el objetivo y en la orientación.

Este fenómeno social es un comportamiento ligado a la agresividad física, verbal o psicológica; es una acción de prevaricación individual o social que viene ejercida en forma continua, por parte de una persona o de un grupo como acosadores a una víctima predefinida. No se trata de los conflictos o litigios normales que se presentan entre los chicos, sino de la aplicación preordenada, sistemática de violencia física y/o psicológica hacia compañeros débiles o incapaces de defenderse, orillándolos frecuentemente a condiciones de sujeción, sufrimiento psicológico, aislamiento o marginación.

El acosador no encuentra la contención necesaria a su impulsividad y agresividad en un contexto en el cual se siente a sus anchas y le parece que no hay reglas o sanciones significativas. Además, no encuentra adultos que lo sepan escuchar y que lo ayuden a tomar conciencia y salir de su guión, mediante relaciones sociales más constructivas.

En el bullying, perseguidores y víctimas carecen de habilidades relacionales porque no las han desarrollado individualmente o porque les ha faltado la oportunidad de sentirse incluidos en contextos caracterizados educativamente.

En las instituciones escolares, los profesores deben mantener una atención constante en la canalización de esta energía intensa acumulada para darle una polaridad positiva a los niños y adolescentes.

2. Nivel de intimidación-victimización

En la infancia y adolescencia se fundamentan las estructuras sociales que condicionarán las relaciones posteriores tanto personales como laborales. Por esta razón es muy importante detectar las raíces de tales tendencias a fin de propiciar lazos saludables, que es uno de los objetivos centrales de la educación.

En este grupo de tendencias personales se analiza el nivel de sumisión ante las personas o las situaciones; detecta también la posición emocional ante figuras de autoridad o ante personas intensas, vehementes o dominantes. Las reacciones frecuentes son: timidez, silencio, absorción de la situación, miedo u confusión mental para encontrar respuestas efectivas.

Responde con silencio e introversión ante el dolor o la molestia y da la impresión de que no le importa o no le afecta lo que sucede, cuando, en el fondo, es un bloqueo de respuesta emocional. Si el medio ambiente es poco sensible o cruel, incita a la burla, al sarcasmo y a la ampliación de la causa que provoca el dolor.

El sistema de creencias que sustenta el nivel de intimidación-victimización genera sentimientos de impotencia y minusvalía ante los retos o estímulos del medio ambiente; considera que el mundo exterior está permanentemente en contra; asume una autocensura crónica; la persona se descalifica cuando tiene que tomar decisiones o disentir en opiniones; la inseguridad que se deriva de estas condiciones provoca conductas erróneas que refuerzan al sistema de creencias: un círculo vicioso constante.

Si no se atiende adecuadamente esta tendencia, puede proyectar su dolor en la provocación hacia personas más débiles o indefensas, como una forma de válvula de escape. Es por esto, importante intervenir a temprana edad, en cuanto se detecta este perfil. La frustración continua genera fuertes cargas de ira que se pueden traducir en explosiones de hostilidad.

La intimidación-victimización produce gestos, posturas y expresiones faciales que son visibles a los demás, pero inconscientes para el sujeto. En la etapa de la infancia y la adolescencia, cuando la socialización es primitiva y no tiene referentes, es común que se inicien circuitos negativos de acoso-intimidación; desde el primer día de clases los niños o adolescentes perciben estas señales no verbales y reaccionan con enganches conductuales de resultados negativos. Los mensajes inconscientes de intimidación provocan las reacciones de los mecanismos latentes del acoso. Este circuito no disculpa la necesaria intervención educativa en ambos polos de reacción.

II. Tendencias personales específicas

Proponemos las tendencias personales como polos de enfoque de la vida, conductas o actitudes que asumimos ante los diferentes estímulos.

Ninguna tendencia es negativa o positiva en sí misma, sino que adquiere su valor por el equilibrio entre la fuerza de las cualidades y la disminución de las deficiencias. El trabajo educativo consiste en enseñar a los niños o adolescentes a aprovechar los puntos fuertes de sus tendencias y limitar las áreas negativas.

1. Ritmo de vida

El ritmo de vida se refiere al tiempo invertido entre la percepción de un estímulo y la respuesta que damos. En la cultura actual se valora exageradamente la rapidez y se le equipara con eficacia; sin embargo, la lentitud de respuesta tiene mucha relación con la reflexión y la mesura para reunir la información necesaria y procesarla con mayor conciencia de causas y efectos. El ritmo de vida normalmente lo condiciona la genética (nacemos rápidos o lentos en nuestras reacciones) aunque es posible modificar el ritmo con trabajo sistemático.

2. Autonomía

El rasgo de autonomía se refiere a la capacidad para aprender o trabajar basándose en criterios propios, individuales o más bien, la tendencia para seguir normas y convenciones sociales, sobre todo basadas en un principio de autoridad.

En un polo se ubica la autosuficiencia que es la inclinación natural para actuar por iniciativa propia, con tiempos y ritmos personales, sobre las condiciones propuestas por otras personas. Desde la infancia se advierte la independencia con la que actúan y deciden, ignorando muchas veces órdenes o procedimientos establecidos. Esta característica genera problemas de obediencia y mientras más se pretenda una sumisión, la insurrección es mayor. Consideran que la negociación es prioritaria cuando las ideas provienen de otra persona. La vitalidad y energía suelen ser intensas y, por esa razón, aparecen conflictos interpersonales frecuentes.

El factor de autonomía tiene una función importante en el tipo de liderazgo que se genera: el derivado de la dependencia es colegiado, comparte opiniones, escucha a la mayoría. Normalmente busca el consenso y aprobación por mayorías. El liderazgo proveniente de la autonomía es autocrático, dominante y firme. Si en el grupo existen otras personas de su estilo, aparecen confrontaciones frecuentes por el choque de personalidades.

En el polo opuesto está la dependencia, que da valor a una estructura clara y definida de funciones y organigrama de operatividad. La iniciativa y la creatividad no son características dominantes, sino más bien la actitud expectante y de obediencia a las instrucciones, costumbres y procedimientos establecidos. Tiene respeto por las jerarquías y su equilibrio emocional depende del ambiente que le rodea, creado por las personas relevantes.

En el aspecto intelectual, considera las opiniones y juicios de personas a las que les concede valor antes de formar su criterio o tomar una decisión. Sabe escuchar a los demás y no discute si hay diferencia de opinión.

3. Nivel de Responsividad

El factor de responsividad marca la tendencia de la personalidad humana para el enfrentamiento a situaciones desconocidas o difíciles; las condiciones o los estímulos que enfrentamos automáticamente activan un ambiente emocional interno de seguridad o inseguridad; esta respuesta, a su vez, activa pensamientos, sentimientos y conductas coherentes con el nivel de confianza experimentado.

Este ingrediente de las tendencias personales está formado por diferentes actores:

  • Sistemas de creencias sobre la propia capacidad (autoconcepto, autoestima); percepción de la situación o reto que se enfrenta (sentido previo de éxito o fracaso).

  • Experiencias previas referentes a la situación o reto: si se ha experimentado anteriormente una adecuada resolución, el ser humano cuenta con un bagaje que ayuda a enfrentar con mayores probabilidades de bienestar un nuevo reto. Igualmente, si las condiciones anteriores no fueron resueltas con eficacia, se disminuye la posibilidad de enfrentar nuevos retos con seguridad.

  • Nivel de retroalimentación: las personas relevantes refuerzan positiva o negativamente el nivel de confianza, pues inciden en los sistemas de creencias de manera relevante. Los mensajes recibidos de las figuras de autoridad moral, suelen convertirse en programaciones que se activan automáticamente en cuanto nos encontramos frente a situaciones equivalentes.

  • Condiciones genéticas provenientes de la fuerza psicológica: las personas con una personalidad más suave tienden a percibir la realidad con mayores peligros; por lo mismo, cuidan su postura con la previsión, el aporte de medios de apoyo y una búsqueda de aliados.

La combinación de estos actores genera una postura de proactividad o reactividad.

La seguridad se caracteriza por un enfoque proactivo ante los problemas; no pospone el enfrentamiento a los retos o dificultades, más bien se estimula ante ellos y los resuelve con aplomo y firmeza. Puede llegar, incluso, a caer en la “pronoia”: postura de confianza excesiva que no considera riesgo alguno ni prevé posibles contratiempos. Podría parecer que la seguridad tiene sólo connotaciones positivas, pero no es así: sobre todo en situaciones desconocidas, es necesario tener una dosis de inseguridad para anticipar peligros y planear con alternativas en caso de error.

Cuando el nivel de proactividad es alto también puede generar actitudes temerarias que se refuerzan mientras más se enfrentan peligros, sobre todo físicos. Confían exageradamente en su buena suerte y diluyen el efecto de las experiencias negativas, por lo que parece que no aprenden de los errores.

El futuro o situaciones desconocidas atraen a las personas con alto nivel de confianza y huyen sistemáticamente de la rutina o de la repetición de actividades.

El nivel alto de reactividad genera suspicacia ante situaciones o personas desconocidas; las experiencias negativas refuerzan las dudas internas y las defensas ante lo que puede considerar como amenaza simplemente por ser desconocido. Necesita pruebas objetivas y continuadas de seguridad para “bajar la guardia”. Esta situación con genera disminuye la atención completa a asuntos objetivos por dirigirla a peligros imaginarios.

Este perfil maneja con sensatez y prudencia los asuntos complicados, aunque no funciona bien en los conflictos o bajo condiciones de urgencia o improvisación, a menos que tengan relación con experiencias pasadas. Necesita tener en mente un plan preconcebido para actuar en situaciones nuevas, pues de otro modo entra en confusión y genera angustia por no tener un modelo de acción. Su dependencia de los patrones para interactuar le hace predecible y estable. No genera ni participa en conflictos, por lo que es un elemento lubricante de los equipos de trabajo.

Piensa mucho en el futuro y pretende tener, por lo menos, lo que actualmente disfruta; es previsor y ahorrativo, prefiere tener una visión clara de las perspectivas y se abstiene de cambios sin planeación; considera consecuencias o secuelas de las acciones y considera los detalles de los pasos a dar.

Con frecuencia espera que “las situaciones mejoren” y deja a factores ajenos a su influencia la decisión del curso que siguen los acontecimientos. Cuando no asume la dirección de los factores del cambio, corre el riesgo de ser víctima “del destino o de la mala suerte”.

4. Asertividad

La asertividad es la cantidad de energía psíquica que aplicamos para controlar a las situaciones o a las personas; esta característica es fundamental para marcar la diferencia entre la hostilidad y la sumisión, característica que afecta, sobre todo, a las relaciones sociales, la integración a los grupos y la intensidad para enfrentar los conflictos. Dado que las diferencias personales entran en juego constante, es necesario conocer los resortes conductuales que condicionan la posibilidad de asumir el control de la propia vida sin ser manipulado o sin manipular a los demás. Esta característica también incide en la forma en que una persona se relaciona con el medio ambiente: influencias de los grupos de compañeros, medios masivos de comunicación, tendencias sociales, reacciones ante el liderazgo.

La capacidad para negociar forma parte esencial de la asertividad pues interviene la flexibilidad para obtener los objetivos propios respetando los derechos y necesidades de la otra persona, expresando los sentimientos y cuidando la sensibilidad de los demás. Este equilibrio entre el respeto a sí mismo y a los semejantes lleva a establecer el contexto adecuado para la negociación, donde el principio de “yo gano-tú ganas” es la base de la equidad. Si se altera este principio y alguien pierde, se plantea el segundo acto para saldar cuentas pendientes que genera una espiral negativa interminable. La neurosis encuentra en estas condiciones el terreno propicio para crecer y contaminar la vida de las personas.

“La aceptación y empleo adecuado de la propia fuerza psicológica afecta también el sentido de autoestima y del propio sistema de creencias. Las personas que se consideran inferiores actúan con sumisión y juzgan imposible la expresión de algunas emociones, llegando, incluso a cancelarlas; se inclinan con humillación ante los deseos de los demás y encierran los propios en su interior; como no aceptan controlar su propia vida, cada vez se sienten más inseguros y aceptan, además ese estado de inseguridad”. (“No diga sí cuando quiere decir no”. H. Fensterheim)

Una persona con la asertividad bien calibrada comunica clara y firmemente sus deseos o necesidades y está preparada para reforzar sus palabras con las acciones apropiadas. Maximiza su potencial y lo utiliza para lograr que sus peticiones sean satisfechas, sin violar los intereses de los demás.

Cuando la asertividad se sale de control y exagera su intervención genera la hostilidad, que es una degeneración contaminada por la ira y la venganza; esta mezcla genera una serie de conductas de marcada intensidad:

  • Utilización de violencia verbal: gritos, amenazas, insultos, generalizaciones indebidas.

  • Manipulación: en casos de tensión se emplea el miedo en todas sus formas como un medio para controlar a las personas.

  • Severidad en el empleo de la autoridad: imposición irracional de criterios, decisiones ofensivas para los demás, establecimiento unilateral de tiempos y metas.

La parte negativa opuesta a la hostilidad es la sumisión o pasividad ante los estímulos del medio ambiente: la persona sumisa asume condiciones irracionales y contrarias a su convicción o dignidad, no pide lo que necesita o merece, no acepta su valor personal, considera que es un receptáculo natural de maltrato o abuso. Las manifestaciones más comunes de este polo negativo de la asertividad son:

  • Tendencia a la humillación y a la negación de los propios talentos y necesidades; no pide, sólo acepta; no ofrece, sólo espera.

  • Aceptación del abuso y silencio ante la irrupción desconsiderada de otras personas.

  • Timidez, inseguridad, miedo que atenaza sus capacidades.

  • Ira contra sí mismo por no enfrentar proactivamente las situaciones de la vida.

En su fase terminal, la asertividad descontrolada suele estar en la base del bullying entre los niños y adolescentes: la tendencia pasiva o sumisa invita al acosador y expone su fragilidad con señales manifiestas de vulnerabilidad; en cambio el acosador busca la personalidad frágil e indefensa para dar salida a su emotividad torcida y a su inseguridad reactiva.

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